35º aniversario de “Wow!”: el día que no estuvimos solos en el Universo

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Eran las 22:16 (hora de la Costa Este USA) del 15 de agosto de 1977 cuando el radiotelescopio Big Ear (Oreja Grande) de la Universidad Estatal de Ohio captaba una señal diferente a todo lo que hasta ese momento (y desde ese momento) había llegado desde el espacio. Procedía de la constelación de Sagitario.

Un ordenador IBM con 1 Mb de disco duro y 32Kb de RAM transformaba los datos recibidos en símbolos numéricos que expresaban el valor de la señal, que tenía una intensidad 30 veces superior a la radiación de fondo, el remanente energético del eco del Big Bang. El código 6EQUJ5 destacaba en medio de un mar de unos, treses, algún dos, algún cuatro… todo ello indicativo de señales que apenas superaban dicho ruido de fondo. Aquello no era como un ruido en medio del silencio de la noche sino como toda una canción (de 1:12 de duración) en medio del espacio.

Hicieron falta dos días desde que la señal llegó a nuestro planeta para que los datos se descifraran y un investigador voluntario, Jerry Ehman, reparase en ello realizando la anotación que expresaba su sorpresa y que se ha hecho famosa desde entonces.

El revuelo causado por esta señal precisa una explicación.

Desde principios de los 60 diversos científicos de la Universidad de Cornell trataban de imaginar el método que una supuesta (y previsiblemente remota) civilización alienígena emplearía para intentar si no comunicarse al menos sí dar cuenta de su existencia a cualquier otra inteligencia que habitase el Universo. Se concluyó que se usarían ondas de radio por la baja energía necesaria para generarlas, la velocidad a la que pueden desplazarse por el vacío interestelar y las elevadas distancias a las que son capaces de llegar.

Se trató también de imaginar qué tipo de transmisión se emplearía para que pudiera entenderse por unas criaturas que no se parecerían en nada y que al mismo tiempo distinguiera visiblemente la emisión del resto de las que de manera habitual se producen debido a la naturaleza intrínseca de los diversos objetos espaciales tales como un púlsar.

Dado que cada elemento químico emite radiación electromagnética en una frecuencia distinta (lo que sirve a los astrónomos para conocer la composición de estrellas y planetas en función del tipo de luz que emiten) se acordó que lo más lógico sería emplear la banda de 1420 Mhz, correspondiente al hidrógeno, el elemento más común en el Universo. Pues resulta que la famosa señal “Wow!” precisamente pertenecía a esa frecuencia.

Volcados en el punto de la constelación de Sagitario desde la que parecía proceder la señal se constató que en aquel lugar no había ningún planeta ni estrella. Dejando a un lado el hecho de que una supuesta civilización extraterrestre hubiera precisado de un potentísimo sistema para emitir dicha señal, el hecho de que en el lugar de origen no hubiera nada no terminaba de ayudar. Un centenar largo de estudios minuciosos sobre la zona no volvió a arrojar luz sobre el particular, no volvió a detectarse esa ni ninguna señal similar.

Por cierto, para los escépticos y los conspiranóicos, tampoco pudo demostrarse que la señal hubiese sido generada en la Tierra. Puede que el único indicio más o menos sólido que hasta ahora hemos tenido de que hay alguien ahí fuera nunca llegue a pasar al estatus de prueba, pero como decían en “Contact”, con lo grande que es el Universo, si estuviésemos solos… cuánto espacio desaprovechado. ─[Wikipedia]

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