Los robots, equipados con ruedas, sensores de luz y anillos de luz azul fueron colocados en hábitats en los que había fuentes de alimento luminosas y también dosis de veneno que recargaban o minaban sus baterías, respectivamente. Pretendían usar los genes de los más exitosos e irlos combinando para mejorar las futuras generaciones.
Los robots estaban divididos en cuatro colonias. Pues bien, tras 50 generaciones simulando el esquema de alimentación y reproducción, los robots han aprendido a comunicarse con señales lumínicas para alertar a los otros de la presencia de veneno. O al menos, tres de las cuatro colonias, porque la restante se dedicó a engañar a sus congéneres y hacerles creer que el veneno era comida. Estos son los robots que llegaran lejos y algún día andarán por ahí preguntando por Sara Connors.
Pero consolémonos, el experimento también arrojó un rayo de esperanza pues se dio el caso de robots heroícos que descubrían el veneno y eran capaces de inmolarse para salvar a otros. Lo que no sabemos es si al hacerlo entonaban un “I’ll be back” — Eduardo Lozano. [Discover Magazine]
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